Futuro de NVIDIA: cómo llegó a la cima del mundo… y qué puede pasar ahora
Cuando en 2024 NVIDIA superó a gigantes como Microsoft y Apple y se convirtió en la empresa más valiosa del planeta, muchos se preguntaron: ¿cómo lo han hecho una compañía de “tarjetas gráficas”? La respuesta corta: con una mezcla de visión a largo plazo, productos que resolvían problemas reales y una ola tecnológica (la Inteligencia Artificial) que pillaron en el lugar exacto, en el momento perfecto. El 18 de junio de ese año, su valor en bolsa rebasó los 3,3 billones de dólares y se coronó número uno. No fue un golpe de suerte: fue el final (provisional) de una escalada que llevaba décadas cocinándose.
De los videojuegos al “cerebro” de la IA
NVIDIA nació en los 90 con una misión muy concreta: hacer chips que dibujaran gráficos en 3D de forma fluida. Si jugabas en PC, seguro que oíste hablar de las “GeForce”. Ese negocio les dio dinero, fama entre los gamers y, algo aún más importante, un músculo de ingeniería difícil de igualar. Con el tiempo, entendieron que aquellos chips no solo servían para juegos: también eran buenísimos para hacer miles de cálculos en paralelo. ¿Dónde hace falta eso? En ciencia, en supercomputación… y, por supuesto, en la Inteligencia Artificial.
A mediados de los 2000 dieron un paso que cambiaría su destino: crearon su propio “idioma” para programar esos chips de forma sencilla. Traducido al castellano, ofrecieron a los desarrolladores una caja de herramientas que hacía que usar sus productos fuese más fácil y más rápido que los de la competencia. Ese ecosistema de software se ha convertido en una especie de pegamento que fideliza a clientes y programadores. Y cuando llegó la fiebre de la IA moderna (primero con el reconocimiento de imágenes y, más tarde, con los chatbots y asistentes) NVIDIA ya tenía las piezas listas.
El gran salto se produjo en 2023 y 2024, cuando el mundo empezó a entrenar modelos de lenguaje gigantes y a montar centros de datos enteros dedicados a IA. Las grandes tecnológicas necesitaban motores para enseñar a esos modelos, y NVIDIA era el proveedor que mejor combinaba rendimiento, facilidad de uso y disponibilidad. Resultado: ventas disparadas, beneficios récord y una escalada bursátil que culminó en aquel número uno mundial de junio de 2024.
¿Qué tiene de especial su “receta”?
Lo primero es evidente: hacen chips muy potentes. Pero el verdadero truco está en que no venden solo un chip, sino el paquete completo: el hardware, los cables y redes que conectan miles de unidades, los servidores montados en armarios listos para enchufar, y el software que lo orquesta todo para que las empresas puedan poner la IA en marcha sin volverse locas. Esa visión de “plataforma” permite que un banco, una fábrica o un hospital monten proyectos de IA en semanas en vez de meses. Para los clientes, esa rapidez vale oro; para NVIDIA, significa relaciones a largo plazo.
Además, han sabido moverse a la velocidad que exige la moda tecnológica del momento. Cada año anuncian una nueva generación y una hoja de ruta ambiciosa. En 2024 presentaron “Blackwell”, una familia de productos pensada para que los modelos más grandes funcionen más rápido y consuman menos energía, y la llevaron al mercado en sistemas ya ensamblados. De nuevo, no es solo vender un chip: es vender “máquinas de IA” completas.
Presente: ¿gana por fuerza bruta o por su ventaja en IA?
Lo más normal es pensar que todo se resume en “tienen los chips más potentes”. Eso es parte de la historia, sí, pero no toda. Lo que hoy marca la diferencia es la experiencia completa. Si eres una empresa que quiere un asistente que entienda documentos o que hable con clientes, no quieres pelearte con piezas sueltas: quieres algo que funcione. NVIDIA no solo te vende el motor; te da los manuales, las herramientas y los talleres. Ese conjunto reduce el riesgo de los proyectos y acelera el retorno de la inversión. Por eso, aunque haya alternativas —y las hay, desde otras marcas de chips hasta diseños internos de gigantes como Google, Amazon o Microsoft—, NVIDIA sigue siendo el camino “fácil y seguro” para poner IA en producción.
¿Y ahora qué? El escepticismo de Michael Burry
Con el éxito llegan también las dudas. Michael Burry —el inversor que se hizo famoso por anticipar la crisis de 2008 en The Big Short (La Gran Apuesta)— ha tomado recientemente apuestas bajistas contra NVIDIA (y contra Palantir), según los documentos regulatorios que presentó su fondo. En cristiano: está apostando a que su acción puede caer. ¿Por qué? Hay dos ideas de fondo en su escepticismo.
La primera, que hemos vivido un gasto extraordinario en centros de datos para IA y que ese ritmo no puede mantenerse indefinidamente. Si las grandes tecnológicas frenan la compra de equipos porque ya tienen suficiente capacidad, o si extienden la vida útil de lo que han comprado, las ventas de proveedores como NVIDIA podrían normalizarse.
La segunda, que los propios clientes de NVIDIA están desarrollando sus propios chips para no depender de un solo proveedor. Aunque eso no signifique abandonar a NVIDIA de golpe, sí podría reducir su poder para fijar precios y limitar su crecimiento. En resumen: Burry cree que una parte del entusiasmo podría ser excesiva y que el mercado está dando por hecho que el boom va a durar años sin baches.
Por todo ello, Michael Burry ha vuelto a apostar en contra de todo el mundo de algo que no tiene sentido, y ya sabemos cómo acabó el mercado de la vivienda que le hizo millonario y famoso. Sin embargo, no siempre acierta, y es que Bitcoin, Tesla o GameStop son algunos de sus pronósticos fallidos. Aún así siempre hay que tenerle en cuenta y escuchar sus argumentos por el historial que tiene.
¿Qué puede salir bien… o mal?
Lo que puede salir bien: que la IA pase de ser un experimento caro a convertirse en una herramienta cotidiana en empresas de todos los tamaños. Si cada sector incorpora asistentes, buscadores internos, análisis de datos automáticos o gemelos digitales, la demanda de “motores de IA” seguirá alta durante mucho tiempo. NVIDIA, con su combinación de hardware y software, está bien situada para capturar ese gasto. Además, si mantienen el ritmo de lanzamientos y consiguen que cada nueva generación sea claramente más eficiente que la anterior, el argumento económico (menos coste por proyecto) seguirá estando de su lado.
Lo que puede complicarse: que el ciclo de compras toque techo y los clientes pasen de “comprar para crecer” a “exprimir lo que ya tienen”. O que las alternativas propias de los gigantes tecnológicos se vuelvan “suficientemente buenas”. No hace falta que sean mejores; basta con que cumplan para funciones internas y obliguen a NVIDIA a ajustar precios. También puede pesar la pura aritmética: después de un crecimiento tan espectacular, mantener el mismo ritmo es difícil. Las expectativas son altísimas; cualquier tropiezo se nota. Siempre hay un principio de incertidumbre.
Mirando al retrovisor para entender el futuro
Más allá de los números del día, la historia de NVIDIA deja tres lecciones que ayudan a pensar en lo que viene:
Apostaron pronto por lo que venía. Cuando el resto veía “tarjetas gráficas para jugar”, ellos vieron un motor para muchas tareas. Invirtieron durante años en herramientas y comunidad de desarrolladores. Esa constancia ha sido su mejor seguro.
Vendieron soluciones, no piezas. La IA no despega por un componente mágico; despega cuando todo encaja. Al empaquetar hardware, software y soporte, redujeron la fricción para sus clientes.
No tienen miedo a correr. Un calendario de lanzamientos agresivo hace que sus clientes sientan que “lo mejor está siempre a la vuelta de la esquina” dentro de su propia casa, y no en la del rival. Eso genera confianza… y dependencia.
Conclusión: entre la leyenda y la evaluación fría
NVIDIA ha llegado a la cima por méritos propios: vio antes que nadie que los gráficos de los juegos podían convertirse en el motor de la inteligencia artificial moderna, y se preparó para ello con paciencia y método. Eso les dio el primer puesto del mundo en 2024 y una reputación de “marca inevitable” cuando una empresa quiere hacer proyectos serios de IA. Pero el mercado no perdona: ahora debe demostrar que su liderazgo no fue solo un subidón de una fase de inversión, sino el principio de una década en la que la IA se vuelve cotidiana y rentable para todos.
¿Quién tiene razón, los entusiastas o los escépticos como Burry? Probablemente la verdad esté en el punto medio. Si la IA cumple su promesa en oficinas, fábricas, hospitales y escuelas, NVIDIA seguirá siendo protagonista. Si el gasto se enfría y las alternativas ganan hueco, veremos una compañía grande, sí, pero más terrenal. Lo seguro es que, tras décadas de trabajo silencioso, NVIDIA ya ocupa un lugar en la historia de la tecnología.